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domingo, 31 de octubre de 2010

Ame


Perdonar no es divino, es humano. Es, al igual que pedirlo, un acto honorable y valiente, aunque en ambos casos, a veces no es verdadero.
Una vez oí que las mujeres perdonan pero no olvidan y que los hombres no perdonan pero acaban olvidando.

Olvidar si es algo divino. Es una acción que podemos desear de distinta forma; a veces suplicamos no olvidar y otras moriríamos por hacerlo.
Pienso que no es bueno olvidar, ni siquiera las cosas malas. De ellas se aprende. Cada error es una huella en el pasado y el pasado nos ha construido tal y como somos ahora.
Porque nadie puede librarse de su pasado.

Retomando el tema de perdonar, explico mi postura. Hay una horrible baza en este acto, tanto al pedirlo como al ejercerlo, y es el orgullo.
El orgullo es una mancha gigante en ocasiones, nos ciega y nos hace...gilipollas, así, usando palabras correctas. El orgullo es muchas veces una venda que nos tapa los ojos, y en estas ocasiones es muy probable que te lleve al arrepentimiento y posteriormente a la angustia.

Otro gran obstáculo es el miedo. El miedo a no ser perdonado, el miedo a perdonar y equivocarte.
El miedo es cómo las guerras (o si quieres un casi más domestico, como los mosquitos): es algo horribleinútil y odioso.

Es increíble, sin embargo, la paz interior que siento al hacer algo como es el perdonar o el ser perdonada. Es una sensación de integridad total. Siento en el primer caso, un agradecimiento infinito y una lealtad suprema, y, en el otro caso, satisfacción y muchas veces alivio de soltar esa cadena con la que sometía a otra persona.

Pensándolo bien, creo que al fin y al cabo lo divino no es perdonar. Es divino el ser perdonado.

Sinceramente.




                                        

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