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lunes, 21 de febrero de 2011

Ame



Encontré en mi cajón una bolsa vieja.
Contenía cartas, llenas de las palabras inmortales de unos sentimientos muertos.

Cuando estoy sola me doy cuenta de que me persiguen todos los fantasmas de las personas que conocí, que me marcaron y luego desaparecieron.
Es en momentos como estos en los que me doy cuenta de que aún tengo sus llamadas, fotos en la cartera y un noseque arraigado en el pecho.
Aún les miro, aún me miran y creo que todos recordamos y callamos.

Aún viven en nosotros recuerdos.

Risas en la noche y carreras en la nada, gritos bajo la lluvia y sonrisas bajo el agua de la piscina.
Lágrimas y secretos de chicas.Celos y un perfilador roto y las esperas en la estación en verano.
Los bancos que nos recogieron y que siguen allí aunque nosotros no estemos.
Las fotos y las promesas y el futuro inventado.
Eternidades cortas y momentos largos acompañados de pipas para diez manos.
Y la picardia de unas faldas cortas y unas palabras bonitas.
Los susurros en el oido y esa pizca de maldad.
Enfados y reconciliaciones y esa cuesta arriba en el camino de la madurez.

Y cuando nuestros ojos se cruzan recordamos todos esos momentos que vivimos todos juntos.
O tal vez sea yo la única que lo recuerda.

Sea como sea, no he leido las cartas, las he guardado en el fondo del armario de la izquierda, al lado de esa pancarta de concierto.
Y los fantasmas han salido por la puerta sin rechistar, junto con las amistades perdidas y sus andanzas, esperando otra oportunidad para volver, dejándome sola con la soledad de las cartas, el frío del vacío hueco que dejan en el cajón y los juramentos perdidos.


Sinceramente






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